Lectura: Jeremías 31:15-17, 22; Juan 12:32
En la lectura de hoy vemos que cuando Jeremías comienza a
hablarle al pueblo, éste no quería escucharle. Las que tenía que decir no eran
palabras agradables (muchas veces sólo queremos oír cosas bonitas), les estaba
anunciando que a causa de la desobediencia, serían llevados cautivos. Los
gobernantes no lo aceptaban, mucho menos el pueblo, pero a pesar de todo, él
seguía hablando de parte de Dios. Tuvo que pasar momentos difíciles hasta el
punto de querer llegar a negar a Dios, “pero había un fuego ardiente metido en
mis huesos, traté de sufrirlo y no pude” (Jer. 20:9).
Jeremías, lleno del
Espíritu Santo, manifestó el amor de Dios. Quería negarlo pero Él era más
fuerte, hubiese deseado llevar palabras de aliento. Como profeta trata de
conducir al pueblo a una solución sin inconvenientes. Quizás eso es lo que
desearíamos la mayoría, predicar palabras bonitas de parte de Dios.
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Si bien Jeremías anunciaba lo que iba a pasar en lo
inmediato, también les anunciaba que en un futuro Dios iba a tener misericordia
de ellos. Lo inmediato era a causa de la desobediencia, lo futuro era por la
misericordia de Dios y el arrepentimiento de su pueblo.
El pueblo se lamenta por el alejamiento de sus hijos. ¿Qué
padre no se entristece porque sus hijos se van de viaje? Piensan que si no
están cerca están desprotegidos. En este caso es mucho peor, las tribus del
norte son tomadas en cautiverio, llevadas al exilio, lejos de su tierra. Esta
es una realidad que pasamos todos cuando nuestros hijos toman caminos
diferentes a los nuestros. Muchos de nosotros no alcanzamos a comprender las
decisiones que toman, pero la lectura de hoy dice “reprime del llanto tu voz…”,
deja de llorar. No podemos vivir lamentándonos por quienes se alejaron, quienes
han tomado decisiones que creen que son las correctas.
Dios premia el
esfuerzo de sus hijos. En muchos casos miramos cómo otros progresan, pero
no vemos el esfuerzo que realizan, el tiempo que dedican, ni el dinero que
invierten. Debemos saber generar emprendimientos que nos reditúen.
Algunos quieren el salario, el sueldo o la ayuda sin una
contraprestación. Pero todo salario es el resultado de un trabajo realizado,
por eso dice “salario hay para tu trabajo”. Hay un esfuerzo que todos debemos
hacer, un tiempo que cada uno debe dedicar, un premio que Dios tiene para con
sus hijos.
El esfuerzo que
realicemos nos da “esperanza para nuestro porvenir”. No podemos generar un
porvenir sin desarrollar todas nuestras capacidades. Dios nos ha dotado del
conocimiento para realzar lo mejor en aquello que emprendamos. Están aquellos
que no desean realizar ningún esfuerzo y quieren los beneficios que tienen
quienes trabajan. Ese esfuerzo es tratar de rescatar las vidas que el enemigo
se ha llevado a “su territorio”, las que tiene en esclavitud. “Señor atraemos a
tu presencia las vidas que el enemigo ha esclavizado, te hayan conocido o no”.
Sólo delante de Él
somos redimidos (Jer. 31:22). Muchos van “errantes” de un lugar a otro, no
tienen un lugar definido. “Contumaz”, obstinado y rebelde, no acepta que nadie
le diga nada, todo le viene mal, y no hay autoridad que le venga bien. Pero
todos tenemos una posibilidad mejor, es personal ¿la aceptamos?
“La mujer rodeará al
varón”: cuando dice “varón” se refiere no al “sexo fuerte” en relación con
la mujer, sino al “Hombre Poderoso”, al Guerrero, el héroe, campeón, al hombre
de fuerza y valentía, el Dios fuerte. En Juan 12:32 dice: “cuando fuere
levantado…, los atraeré a mí mismo”. Por eso, “la mujer que rodea al varón”, a
quien Jesús atrae a través de la cruz es “la iglesia que se rinde a sus pies”,
que él es el Dios fuerte y todopoderoso que brindará la respuesta que su pueblo
necesita.
Así como el Espíritu Santo siguió ardiendo en la vida de
Jeremías, también se mantenga encendido en la vida de la iglesia, manifestando
su fuego a todos los que deseen, yendo a los pies de la cruz de Cristo. Él ve a
los que le rodean, debemos saber a quién y/o por quien nos dejamos rodear para
que como resultado de su gran misericordia muchos lleguen a conocerle y
reencontrarse con Él. Si ocupamos nuestro lugar, veremos que Jesús es el más
grande, Dios fuerte, el Campeón.
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