martes, 3 de abril de 2012

DIOS HACE MILAGROS HOY - (04/12/2011)


Lectura: Hechos 3:1-10; 3:14-16

Muchos de nosotros hemos estado en alguna situación de la cual hemos requerido de un milagro de Dios en nuestras vidas. Es muy probable que antes del milagro hiciéramos una cantidad de promesas y es natural porque la necesidad nos hace hablar con desesperación y nos compromete con tal de resolver nuestro problema. En esta etapa de la prueba nos encontrábamos seguros que nadie nos podía ayudar sino sólo Dios. Él oyó nuestra oración, vio nuestra necesidad y, como él es todo amor y misericordia, nos dio lo que le pedimos.


En el pasaje de hoy, vemos lo que sucedió en la vida de una persona que había dejado pasar muchas oportunidades para ser sano y qué fue lo primero que hizo después del episodio que cambió su vida. Veremos la etapa de la necesidad, el momento del milagro y lo que pasó después, lo mismo que ocurre en las vidas de todos aquellos que estamos esperando recibir algo de Dios.

La necesidad de un milagro en nuestras vidas (Hechos 3: 1-3). Los judíos acostumbraban orar tres veces al día, todos los días de su vida, y subían al Templo para hacerlo a la hora novena de la oración (es decir, las 3 pm).

Quizás Pedro y Juan no tenían problemas, pero oraban por todos y subían juntos. La importancia de andar juntos los fortalecía para que Dios estuviera donde ellos estaban y a la vez respaldara sus palabras. El propósito de los milagros para nuestras vidas es que podamos conocer y experimentar el poder de Dios.

Lo irónico es que el que tenía un problema no entraba en el templo, se quedaba afuera. El hombre no faltaba nunca, iba todos los días, pero a pedir a los que entraban. No era el único, pero no les pedía a sus compañeros, lo hacía con los que entraban. Qué diferente sería que les pidiera a los que salían llenos de la bendición de Dios. ¿Cómo salimos nosotros de la iglesia?

El hombre estaba enfermo, “cojo de nacimiento”; se imagina cuántas veces vino Jesús al Templo y éste no le pidió nada… oportunidades perdidas. ¿O estaba en la puerta equivocada? ¿Cuántas oportunidades ha dejado pasar? ¿Acaso nosotros también no hemos dejado pasar infinitas oportunidades de ser bendecidos por Dios?

El momento del milagro (Hechos 3: 4-6). A menudo pedimos a Dios que nos resuelva un pequeño problema, pero Él no quiere sólo arreglarnos ese problema sino que quiere que tengamos la posibilidad de arreglar aún aquel que nos resulta imposible. Dios siempre nos dará lo mejor. A veces pedimos a Dios lo que queremos, pero Él nos da lo que necesitamos. Pedimos algo bueno, Dios nos da lo mejor.

La reacción después del milagro (Hechos 3: 7-10). El problema se arregló, todo está solucionado. Entró con ellos en el templo… nadie le dijo que lo hiciera, no fue la condición de los apóstoles para hacer el milagro en su vida. Pero ese fue el primer lugar en el que pone sus pies. Fue una reacción natural. ¿Qué haría usted si Dios le arreglara su problema ahora mismo? ¿Está seguro de lo que está prometiendo o comprometiéndose a hacer? A cambio de un milagro ¿usted qué haría? Pero sepamos que Dios no viene a negociar.

¿Estamos esperando algún milagro de parte de Dios? Quizás nunca nos hemos puesto a pensar en verdad qué tipo de milagro necesitamos. “…esperando recibir algo…”.

Pero al momento de analizarnos, encontramos en nuestra vida cosas de las que realmente estamos carentes y son de las que más estamos esperando una respuesta de parte de Dios. El problema está en que tenemos nuestro imposible, pero nunca se lo presentamos a Jesús.

Tenemos que hacer valer el hecho de que en este tiempo podemos estar dentro del templo y no quedarnos mendigando en las escalinatas.

Es el tiempo de nuestra oportunidad, Dios sigue haciendo milagros. No desaprovechamos el momento de Dios en nuestras vidas. Él no nos quiere ver afuera del templo mendigando, sino dentro, danzando y saltando, alabando y dando gloria a Dios. Pero también nos quiere ver afuera dando testimonio de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
El milagro fue una oportunidad para dar el mensaje de Jesucristo. Él es el centro de nuestras vidas y no el milagro. Él puede hacer milagros o no, pero nosotros debemos seguirle siempre.

El milagro más grande es ver vidas cambiadas y transformadas por Jesucristo.

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