miércoles, 4 de abril de 2012

EL MISTERIO DEL MINISTERIO - (11/03/2012)


Lectura: Efesios 3:1-10; Daniel 2:19, 28

En varias oportunidades, Pablo menciona la palabra “misterio”. Lo hace como referencia a aquello que estaba oculto por siglos por parte de Dios, vemos que por alrededor de 400 años Él había hecho silencio (Malaquías – Mateo), es el período entre el Antiguo y el Nuevo Testamento hasta el nacimiento de Jesús.

Sin embargo, luego habla del misterio “revelado”, como Daniel con el rey. A partir del momento que Jesús asciende, más allá de los apóstoles, es elegido Pablo para llevar el mensaje del evangelio a los gentiles. De tal manera habla de la “revelación del misterio que estaba oculto por años, ahora era dado a conocer, por medio de los apóstoles y por él mismo”.

¿Qué es un misterio? Lo que está oculto, cosa inaccesible a la razón y que es cuestión de fe, algo que nadie conoce ni sabe dónde se encuentra. Pablo nos habla del “Misterio del Ministerio”, ¿a qué se refiere? ¿Quiénes son los que pueden acceder? ¿Qué busca Dios con y en esas personas?

¿Qué pasaba con ese misterio? Se refería a dar a conocer el mensaje de Dios que por años había estado oculto, pero ahora se quería “revelar” a sus hijos (v. 3). Dios elige personas que le sean útiles, “muchos son los llamados y poco los escogidos” (Mt. 20:16; 22:14), en el medio están los “metidos”, como los hijos de Esceva (Hechos 19:15).

Las personas no eran elegidas por voluntad humana, no se podían postular o comprar el ministerio, como en el caso de Simón el mago (Hechos 8:9-25). Vemos como ejemplo cuando Dios dijo “apartadme a Bernabé y a Pablo” (Hechos 13:1-2), o cuando Pablo después de haber “echado” a Juan Marcos, lo manda a buscar porque consideraba que le era “útil al ministerio”, algo vio que le hizo cambiar de opinión (2° Tim. 4:11).

¿Cuál era ese misterio? (v. 6). Que los gentiles eran coherederos. Algunos no los tenían en cuenta, el pueblo judío en sí era muy cerrado, pero Dios nos tiene en cuenta a todos, como cuando envió a Pedro a casa de Cornelio. Estamos integrados en el cuerpo de Cristo, somos sus miembros. Como partes de él, cada uno de nosotros tiene distintas funciones, dentro de ellas nos debemos respetar y llevar bien y en armonía (Sal. 133), no mirando lo que hace el otro, sino cumpliendo con aquello que cada uno ha aprendido.

Somos copartícipes de la promesa en Cristo, esto no es poca cosa (2° Pedro 1:4), Dios no hace diferencias con nosotros, “fuimos injertados en el olivo verdadero” (Rom. 11:17). Si recibimos la misma savia, también la misma herencia por igual de “ser hechos hijos de Dios”. Por medio del evangelio de Jesús recibimos buenas noticias.

Ese “misterio” ahora era revelado y dado a conocer, lo transforma en “ministerio”. Por eso decimos “el misterio del ministerio”. Dios busca personas que sean comprometidas con su evangelio, que lleven el mensaje de salvación, que manifiesten “las inescrutables riquezas de Cristo” (esto es algo que no tiene comparación, que va más allá de la persona, que es inigualable con los valores y maravillas que el hombre se pueda imaginar). Cualquiera sea la dispensación o el alcance, privilegio o excepción, ordenado por las leyes generales, la magnitud, la grandeza de tal noticia que se daba a conocer. ¿Pero darse a conocer de qué forma?

El pasaje dice “la multiforme sabiduría de Dios”, significa “de muchos y variados” aspectos, matices y colores. De las formas que cada uno, dependiendo de sus capacidades y ministerios, puedan alcanzar a aquellos que no lo conocen y llevarlos a Cristo. ¿En dónde se encuentra eso? En la iglesia (v. 10), nosotros. En aquellos que pongan sus capacidades al servicio de la obra, que reciban la autoridad delegada de Dios para manifestar el poder de Cristo. No que se autonombren, sino teniendo seguridad y confianza en Dios, “si Él te llama, te respalda”. Nosotros somos simples intermediarios que tratamos de hacer su voluntad.

El misterio ya no está oculto, Dios lo transformó en “Ministerio”, que significa “servicio”. Pero no es “beneficio”, ni “reconocimiento”. Dios nos ha delegado a la iglesia el ser partícipes de su evangelio, pero ese mismo que hemos recibido y que ahora tenemos la responsabilidad de darlo a conocer. No debemos dejar que quede sólo en nuestros corazones.

Si Dios tuvo tanto amor y misericordia con nosotros, ha sido para que seamos mensajeros de ese amor para con los que están pasando necesidad.

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