martes, 3 de abril de 2012

COMER PARA SATISFACER NUESTRA HAMBRE ESPIRITUAL - (20/11/2011)


Lectura: Lucas 15:11-24

Si hablamos de comida, mucho de lo que hoy se consume es lo que se conoce como “comida chatarra”, o envasada, o aquella que no satisface las necesidades del cuerpo humano.


Hace un tiempo se hizo una investigación con una cadena de alimentación para chicos (y no tan chicos), comiendo todos los días las hamburguesas que ellos ofrecían, y en el término de un tiempo quien hizo esa prueba engordó muchos kilos, cambiando su metabolismo a tal punto que cuando quiso bajar de peso, le resultaba casi imposible. Tardó mucho más en bajar de peso que en subirlo.

En lo espiritual nos pasa algo parecido: nos alimentamos de todo lo que nos ofrecen, no sabemos o no queremos despreciar aquello que no satisface nuestra vida y valoramos las cosas cuando estamos lejos de ellas.

En este día hablaremos de satisfacer nuestra hambre espiritual para restaurar nuestra comunión con Dios.

El pasaje de hoy nos habla de un joven al que no le faltaba nada. Estaba en la casa de su padre, dependía de él, seguramente trabajaba para él, su padre era rico, no le faltaba nada y tenía empleados a su cargo.

Muchas veces esto pasa con nuestros hijos, no valoran lo que hay en casa. En muchos casos comparan con la casa de los vecinos o amigos, no se ubican dentro del contexto en el que viven. Pero si Dios nos puso dentro de una familia, es para que valoremos y nos preocupemos por la familia que nos dio, de lo contrario hubiésemos nacido en la familia del vecino.

De acuerdo al lugar donde nos encontramos nos sentimos afectados. Mientras el joven estaba en la casa de su padre no le faltaba nada. Cuando se alejó, mientras le duraba la herencia, no tuvo problemas. Pero cuando la malgastó, comenzó a tener necesidad: “vino un gran hambre en aquella provincia…”. El hambre exterior que sufrieron muchos lo involucró a él también. Seguramente le comenzaron a faltar los amigos, las fiestas, una cama donde dormir, y quizás un lugar donde bañarse. Es allí cuando en medio de la desesperación, comenzamos a valorar la casa de nuestro Padre.

Algunos lo hacen a la distancia, pero les cuesta reconocer o tener que decidir volver a la casa de su Padre, por eso vemos tantos con hambre, dando vueltas por diferentes lugares, nada les satisface.

En medio de la desesperación aquel joven dijo: “en la casa de mi padre hay abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre”. ¿Usted cree que un padre rico pueda permitir que su hijo “muera de hambre”? Dios nos quiere nutrir con su palabra a todos.

Cuando el hijo volvió “su padre le abrazó y le besó”. Dios nunca nos va a echar en cara los errores que hemos cometido. “Mi hijo muerto era y ha revivido” (Vs. 24), es restaurado.

El padre satisfizo su hambre, dijo “maten el becerro gordo”. Volvió a darle de comer, hizo una gran fiesta. Si queremos tener vidas restauradas debemos saber alimentarnos y aceptar la alimentación de nuestro Padre. Una buena restauración dependerá de la mejor alimentación.

No nos conformemos con menos. Si estamos en la condición de hijos, nuestro Padre nos dará lo mejor. “Le puso ropa nueva”, le sacó la vieja y seguramente hizo que se bañara. El Padre nos lava de nuestros pecados. “Le puso el anillo”, lo cual representaba el lazo familiar, “mató el becerro gordo”, dio lo mejor por nosotros, su Hijo. Por eso hizo fiesta, cuando un hijo es restaurado, Dios se alegra.

Es importante que podamos reconocer que nuestro Padre tiene la mejor comida, que en su casa podemos saciar todas nuestras necesidades, contar con un abrazo y recibir un beso. El hijo pródigo volvió a disfrutar de la casa de su padre y su abundancia.

Dios viene a satisfacer nuestras necesidades.

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