Lectura: Esdras 3:8-13; Fil. 3:12-16; 1 Corintios 3:16
Estamos iniciando una nueva etapa. Algunos esperarán terminar el año para que suceda, otros quizás recién cuando vuelvan de las vacaciones podrán hacer nuevos planes. Pero muchos seguirán con la vida que han llevado hasta aquí, sin variaciones.
También están aquellos que miran un nuevo tiempo. Seguramente hacemos un balance de lo que ha pasado este año y para algunos ha sido muy productivo, para otros no ha habido grandes cambios. Algunos siguen igual, pero están aquellos que dependen de los movimientos que hagan otros.
Deberíamos plantearnos cada uno qué es lo que deseamos y esforzarnos por eso, sin pensar ni ver lo que hacen otros. Además si coinciden nuestros pensamientos podemos hacer un gran trabajo.
No somos personas aisladas de la sociedad. Si bien somos individuos, cada uno es diferente de otros. Somos parte de una familia, pero además, como tal, estamos dentro de una sociedad. Esa sociedad forma parte de una comunidad más amplia y como comunidad formamos parte de una ciudad, de una Provincia y de una Nación en la cual compartimos diferentes vivencias y nos unen las mismas leyes que debemos respetar.
En el pasaje de hoy veremos qué pasó con Esdras y su pueblo. ¿Cuáles eran sus condiciones? ¿Qué pasó en el lugar donde estaban? ¿Qué actitudes tomaron para cambiar?
Esdras, junto con su pueblo, estaba cautivo bajo el dominio persa. Estaban sufriendo bajo un gobierno ajeno a ellos, fuera de su tierra. No tenían privilegios de libertad y estaban en esclavitud. Así nos ha tenido el enemigo hasta que llegó Jesús.
Dios se acuerda de ellos, así como también de nosotros. Aún usa Dios a los gobernantes opresores para darles libertad: “Despertó Dios el espíritu de Ciro rey de Persia…”. (cap1:1)
Dios le da una orden a Ciro: “que edifique la casa de Dios que está en Jerusalén”. Dios nos da libertad para construir.
Libera a su pueblo, liderado por Esdras y los jefes de las casas paternas. “Despertó Dios el espíritu de ellos…” (cap.1: 5). Reciben tesoros para la reconstrucción de la casa de Dios. Él nos ha dado valores que debemos saber invertir.
Hay un trabajo personal que debemos realizar. En aquel tiempo había individuos que debían levantarse por sobre sus casas. Tenían que asumir las responsabilidades que le correspondían a cada uno, y debían ser los que llevaran adelante el proyecto de Dios para sus vidas y familias. Son los que sintieron el llamado de Dios a trabajar junto a sus semejantes. Estas personas eran las que motivaron al pueblo a hacer el trabajo. “Dios les despertó, con un propósito”.
El trabajo personal, unido a otras personas potencia la obra. (Fil. 3:12-16). Nos llama a todos a ser parte del trabajo, no debemos creer que podemos hacer todo solos. Tenemos que unir fuerzas unos con otros sabiendo que Dios no hace diferencias de posición social, ni de color, ni de edades. Juntos nos podemos sumar a otros y se produce una “Acumulación de experiencias”.
En la historia de hoy estaban los ancianos que conocieron “la casa primera” y estaban los más jóvenes que no sabían cómo era “de 20 años arriba”. Recordemos que se cumplía La Palabra de Dios en Daniel, pasado los 70 años de la cautividad, Dios los hizo libres para volver a su pueblo y reedificar Su Casa.
En este tiempo, sin diferencias, Dios nos llama a construir, o a reconstruir (1 Cor 3:16). Nos da una nueva oportunidad que no debe esperar a los años siguientes. El tiempo para empezar a trabajar es ahora, en lo personal, en lo familiar, y como iglesia. Si Dios no hace diferencias, menos las deberíamos hacer nosotros, así como le dio una nueva oportunidad a su pueblo, Dios nos da nuevas oportunidades que no debemos desaprovechar.
Este tiempo no lo podemos pasar por alto. Para muchos todo sigue igual, pero para nosotros son momentos especiales que darán su fruto en su tiempo. Estamos cosechando lo que otros sembraron y a la vez podemos seguir sembrando para la nueva generación que viene.
Que nuestros hijos y nietos encuentren una sociedad e iglesia mejor de la que nosotros tenemos.
“Trabajando juntos, veremos la fidelidad de Dios.
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