Lectura: 2: 43-47
Siempre nos preguntamos ¿por qué la iglesia primitiva creció tan rápido en poco tiempo y hoy en día se estancan en un número pequeño de miembros? Muchos piensan que es por la saturación de diferentes denominaciones, o los cambios que tienen algunas personas, como también las desilusiones que se llevan otros por los abusos de algunos.
El crecimiento dependió de la responsabilidad que cada uno tenía con Jesús y de la dependencia absoluta del Espíritu Santo. El crecer no está en el número, sino en el interior.
En el pasaje de hoy vemos cuatro características que hicieron crecer a esta iglesia y hará crecer a cualquiera en este tiempo. También podemos plantear este caso para nuestra vida personal, ya que somos “la iglesia, el cuerpo de Cristo”.
1) Temor reverente a Dios (v.43). Esto no es miedo o terror, sino aprensión ante una situación amenazadora, reverencia. Siempre habrá una situación de desventaja para la iglesia (Lc. 10:1-3). El Señor quería que la iglesia dependiera de Él. Veamos un ejemplo de las consecuencias de no hacer caso: Ananías y Safira (Hechos 5: 1-11). Esa dependencia al Espíritu Santo iba acompañada con el deseo ferviente de servir. Debía ser reflejada a los demás. En la mente de cada miembro estaba el querer hacer la obra, no había intereses personales. Sin temor a Dios no podemos servir, y si lo hacemos, de todas maneras entonces es un trabajo puramente humano y no espiritual (Mateo 7:21-23). El temor estaba en cada miembro porque sabían que tendrían que dar cuenta algún día antes Dios y eso lo motivaba a perseverar y a depender del Espíritu Santo (Hechos 9:31)
2) Liberalidad (v.45). Si la obra es de Dios, lo que tenemos también es edificación de Dios en nuestras vidas de lo que Él quiere hacer. El temor es manifestación de amor a Dios, la liberalidad es la manifestación de amor al prójimo. En Mateo 19: 16-21 vemos que el joven amaba a Dios de boca, pero no lo manifestaba al prójimo. La libertad también tiene que ver con el trabajo en la obra. Disposición permanente. En evangelizar, en la obra misionera, llevar la palabra y realizar la misión de Dios. No había que esperar que los mandasen, eran espontáneos, testificaban siempre, les nacía el deseo de trabajar en agradecimiento de lo que Cristo había hecho en su vida. La liberalidad nace de un corazón lleno de Dios. Que nada nos atraiga más que Dios, es mejor dar que recibir (Lc. 21:1-4). Lo que tenemos, lo tenemos como una oportunidad para compartir con el más necesitado. Una persona contraria a la liberalidad es el apodado “agarrado” o “codito”, todo lo quiere para sí, no está dispuesto a compartir nada de lo que tiene, ni siquiera con sus seres más cercanos.
3) Corazón Sincero (v.46). Esta característica estaba relacionada con algo cotidiano que hacía la iglesia: partir el pan en las casas todos los días. Un corazón sincero debe manifestarse todos los días y no sólo los domingos: en nuestro trabajo diario, al transitar por las calles, en cada lugar en donde estemos. Como el temor es amor a Dios, y liberalidad amor al prójimo, un corazón sincero es testimonio personal o amor por crecer espiritualmente o ser edificado (Efesios 6:5-9). Somos la imagen del reino de los cielos aquí en la tierra, “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…”. La gente ve siempre nuestro comportamiento, la iglesia no crecerá si no somos sinceros de corazón con las personas inconversas (Hebreos 12:1-2). Esta imagen se afecta si no estamos preparados bíblicamente, y si no hacemos un devocional diario conciente y verdadero. Todos estos factores dan como resultado lo que leemos en el versículo 47. Cada uno es responsable por el crecimiento de la iglesia ya que cada característica es personal.
4) La perseverancia (v.46). La perseverancia es una de las cualidades que se destaca en la vida de los primeros cristianos. Perseveraban en la doctrina, en la comunión, en el estar juntos en el templo, en compartir los alimentos y en la oración. Esta actitud de vivir la vida cristiana los mantenía unidos, fuertes en el Señor y llenos de fe. Como resultado, otros se añadían a la iglesia y disfrutaban del favor de todo el pueblo. Los diccionarios nos explican que una persona es perseverante cuando persiste en algo con el mismo ánimo que cuando inició, que es constante en su accionar, que su entusiasmo no decae a pesar del tiempo o de las dificultades con que se enfrente. El asunto es que en nuestra vida cristiana muchas veces decidimos hacer algo y al poco tiempo hemos decaído. Fácilmente perdemos el entusiasmo y dejamos de hacer lo que nos habíamos propuesto. El resultado es debilidad, poca fe y falta de comunión con Dios. Por ello, el ejemplo de los creyentes del primer siglo es tan fuerte: debemos perseverar en las cosas del Señor. Sólo así experimentaremos sus bendiciones. El problema está en que muchos de nosotros esperamos ver resultados inmediatos, a corto plazo, no tenemos la paciencia de esperar en los tiempos de Dios.
Estas cualidades de la iglesia primitiva les permitían desarrollar un crecimiento constante. No se fijaban si pertenecían o no a su congregación, veían la necesidad y ayudaban. El corazón que tenían hacia los demás, atrajo a las personas a participar, tengan o no necesidad. Seguramente, entre los que se añadían, estaban los que necesitaban pero también los que descubrieron la posibilidad de ayudar a otros.
Dios quiere en nosotros una iglesia poderosamente vencedora.
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