Lectura: Josué 13: 1
En algún momento al levantarnos, todos pensamos en cómo será el día que debemos enfrentar. En muchos casos tenemos planificado todo de acuerdo a los tiempos que tenemos, y en otros lo que debemos hacer surge en el momento en que se presentan.
Generalmente, las cosas salen como queremos, sobre todo si las preparamos con tiempo, pero si no le damos la importancia a los días que se presentan, no nos salen tan bien.
A veces los días pasan sin mayor trascendencia, quizás porque no le pusimos el esfuerzo o el interés para que así sea.
Cuando llega un aniversario o una fecha especial en la que recordamos algo, la vemos como aquel tiempo que pasó desde sus comienzos y en el transcurrir del tiempo decimos que estamos en pie porque hemos librado “una batalla más”. Nos sentimos muy contentos con los preparativos del evento, todo lo que involucraría, lo que vimos y sentimos, y que no volveremos a sentir otra vez… a menos que volvamos a pelear otra batalla, y cuando los logros son más grandes, también más grandes son las satisfacciones. Estamos en la pelea por ganar la guerra, podemos perder alguna batalla pero lo importante es ganar la guerra.
Para el pueblo de Dios, conquistar Jericó era imposible. Ellos veían el muro y cómo la ciudad estaba sólidamente protegida por sus soldados, pensaban que les sería difícil conquistarla. Sin embargo la destruyeron, los muros cayeron.
En algunos casos decimos que aquello que preparamos para realizar, si salen bien, es de casualidad, un toque de suerte, pero no ha sido ese nuestro estilo, sino que gracias a Dios cada evento que programamos resulta bendecido.
En el mensaje de hoy vamos a ver por qué se ganan las batallas y cuándo hay que dejar de pelearlas. Hay un tiempo de luchar y un tiempo de disfrutar.
La batalla se ganó porque hubo líderes y un equipo que confiaron en Dios (Josué 6: 6-9).El trabajo en equipo fue la clave del éxito, el haberlo hecho a pesar de los que se burlaban de los que servían. Cada uno estaba en su lugar y en su tarea. Hubo más líderes sirviendo con todo su equipo. La disposición de servir cada día es más grande.
La batalla se ganó porque le creyeron a Dios (Josué 6: 10-14). Dios pudo haberles dado este tipo de victoria antes, pero no había personas que creyeran que estas cosas se podían hacer. Cada día es una batalla y también una victoria.
La batalla se ganó porque confiaron en Dios para lo imposible (Josué 6: 15-16). Todo les era contrario, nadie lo había intentado antes, pero ellos disidieron creerle a Dios y el triunfo no se les negó. Necesitamos levantarnos todos, hacerlo temprano o alguien más se levantará por nosotros. Quien lo hace recibe victoria.
La batalla se ganó porque obedecieron a Dios en el más mínimo detalle (Josué 6: 17-25). Hubo una estrategia. Jericó cayó ante Josué y su ejército, Roma lo hizo ante el poder del evangelio, otras ciudades pueden caer a los pies de Cristo. Que nuestra ciudad se rinda a los pies de nuestro Señor. No hay pueblo duro, somos nosotros los duros. Lea conmigo Josué 13: 1 y 7.
¿Tenemos en lo personal alguna batalla que deseamos ganar? Libramos batallas en nuestro cuerpo, en nuestra mente, en aquello que deseamos alcanzar, programamos algo para nuestra casa y vivimos luchando por poder alcanzarlo. Nos ponemos metas que parecen cada vez más lejanas. ¿Habrá algo imposible para Dios? (Lucas 1: 37).
Pongamos en práctica aquello que su palabra nos enseña. Si es necesario el trabajo en equipo integrémoslo (somos todos “titulares”, tenemos una tarea que cumplir). El pueblo le creyó y confió en Dios, pero sobretodo le obedecieron. Dejaron de pelear cuando ganaron las tierras y tuvieron su parte, pero ahora comenzaba la batalla por mantener lo que habían logrado. Batallarán los que siguen, tenemos herencia, cada uno recibe su parte (Josué 13:7). Cada uno y en cada generación enfrentamos batallas.
“He peleado la buena batalla…” 2° Timoteo 4:7.
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