Lectura: Génesis 46:28; 47: 4-6; Éxodo 2: 23-25; 3:7; Lucas 4:17-21
La abundancia, la bonanza, el aprecio y la buena voluntad que el pueblo de Israel tenía por parte del Faraón en Gosen cuando José formaba parte de la corte del sistema faraónico cambiaron con la muerte
de este personaje. La situación que prevalecía en la administración de turno era favorable para el pueblo de Israel, pero el cambio de autoridad marcó una diferencia en las circunstancias alrededor de este pueblo subyugado por el pueblo egipcio. ¿Por qué permitió Jehová que su pueblo fuera oprimido tan cruelmente?
Probablemente el pueblo de Israel estaba tan contento en Gosen que se había olvidado del pacto con Abraham, por el cual Dios les había prometido la tierra de Canaán. Además algunos de los israelitas, a pesar de vivir en Gosen separados de los egipcios, comenzaron a practicar la idolatría. Era necesario que ocurriera algo drástico para sacudirlos a fin de que quisieran retornar a la tierra prometida. La aflicción del pueblo de Israel durante más de 300 años y el llamamiento de Moisés producen nutridas y variadas lecciones.
Muchas veces, cuando las cosas nos van mal le pedimos a Dios ayuda, su provisión cuando no tenemos para comer, o falta de trabajo, cuando vemos situaciones que quizás nos desesperan y en nuestra casa pasamos por consecuencias que nunca nos hubiéramos imaginado. Pero cuando nos va bien, después de haber conseguido lo que necesitamos, comenzamos a ocuparnos más de “nuestras cosas” y le dedicamos menos tiempo a Dios hasta abandonarlo. Es allí donde comienza la decadencia espiritual.
Israel clamaba a Dios luego de 430 años de esclavitud diciendo “¿cuando Señor nos librarás de la opresión del enemigo?” y “¿hasta cuando Señor estaremos en servidumbre?” (pues su enriquecimiento los hizo soberbios). “¿Hasta cuando Señor estaremos sin la tranquilidad de nuestros hogares? ¿Hasta cuando estaremos sin sentir el gozo de alabarte con libertad? ¿Hasta cuando Señor seremos esclavos?”.
Pero Dios se acordó del pacto con Abraham y preparó un libertador, alguien que los comprendiera. Preparó a Moisés.
Él nació en un hogar donde se creía en Jehová y su madre Jocabed supo impregnarle el amor a Dios y a su pueblo. Fue educado en el palacio de Egipto y llegó a ser poderoso en palabras y hechos. A los 40 años intentó liberar a sus hermanos por sus propias manos y arrogancia, pero eso lo llevó al desierto durante 40 años donde adquirió experiencia. Fue llamado mientras pastoreaba las ovejas de su suegro en el monte Sinaí a través de una zarza que ardía y no se consumía. Esa zarza representa a Israel (la iglesia) porque no se consumía a través de las aflicciones.
Así fue que Dios levantó al libertador, pero Moisés le puso diferentes excusas. “¿Quién soy yo para enfrentarme a Faraón?”, le dijo. “¿En nombre de quién me presentaré delante de mi pueblo? He aquí que ellos no me creerán ni oirán mi vos. No tengo facilidad de palabra”. Pero Dios trató con Moisés así como trata con nosotros.
Hoy se escucha el mismo clamor del pueblo de Israel: “¿Hasta cuándo? ¿Nos quitarás esta aflicción de mi familia? ¿Podremos comprender tu amor en nuestras vidas? ¿Hasta cuándo permitirás las injusticias sociales?” Pero Dios también nos pregunta “¿cuándo será el día que me reconozcas como el único Dios? ¿Cuándo será el día en que dejen de pelear por lo que tiene el otro?” Muchas veces reclamamos las bendiciones de Dios pero cuando las tenemos nos olvidamos de Él y sus demandas, respecto a lo que nos enseña en su palabra. Aún a pesar de todo Dios tuvo misericordia con su pueblo sabiendo todo lo que iba a pasar en el desierto y aún al entrar en la tierra prometida.
Hoy más que nunca, a pesar de estar en algún problema debemos estar más unidos, en lugar de estar peleando unos con otros para ver quien tiene o puede más. No importa qué tan grande sea el problema, recordemos siempre que tenemos alguien más grande que ellos. El salmista decía “Alzaré mis ojos a los montes ¿de dónde vendrá mi socorro?...” (Salmo 121). Como vio la aflicción de su pueblo Dios también nos ve a nosotros. Envió a su hijo y él es el gran libertador. Lucas 4:17 -21.
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