Lectura: Filipenses 1: 21-25; Lucas 12:15
Dios sale al rescate de todos aquellos que hemos intentado ser felices de distintas formas y lo único que hemos logrado es decepcionarnos de la vida, y muchas veces hasta de aquellos que nos rodean.
El hombre ha querido inventar su propia fórmula para ser feliz y ha llegado a conclusiones como las siguientes: el australiano dice que el secreto de vivir bien está en la salud, el finlandés dice que en la amabilidad, el griego que en la honestidad y la cultura. El británico expresa que el secreto está en el buen humor, según el francés está en el buen comer. El italiano, el japonés y el americano sostienen que el secreto es saber cómo hacer que el dinero se multiplique. El argentino, por su parte, toma un poco de todos ellos pero agrega que tiene que ser sin esfuerzo alguno. No está mal desear todo lo mejor, sino los medios que algunos utilizan para alcanzarlo, sin el esfuerzo necesario cuando otros hacen todo lo que pueden a través del estudio y trabajo, y aún así les cuesta cada vez más.
Pero estoy seguro que muchos de nosotros conocemos personas que tienen esta forma de pensar y, por lo tanto, así actúan. Pero no son felices y terminan por fastidiarse y hartarse de todo cuanto la vida les trae, perdiendo así el sentido y el gusto de vivir lleno de satisfacciones.
El problema es que ese sentir muchas veces ha llegado hasta la iglesia, ahora son los cristianos los que andamos con deseos perdidos de vivir la vida y no le encontramos sabor a nada. Hemos hecho esfuerzos increíbles por ser felices y no lo hemos logrado. ¿Quién ha fallado? ¿Dios, que no supo darnos lo que queríamos o necesitábamos? ¿O nosotros que no supimos ser felices con lo que Dios nos dio? Quizás Él ha tratado de darnos lo mejor, pero debíamos hacer el esfuerzo para alcanzarlo y no lo quisimos hacer.
Terminamos buscando lo que el resto del mundo busca para ser feliz y alejamos de nosotros a aquel que verdaderamente tiene toda la capacidad de darnos lo que necesitábamos para vivir una vida llena de satisfacciones.
Antes de seguir considerando que su vida no tiene sentido y que hay otras formas de vivir mejor y cosas por las que no vale la pena vivir, le sugiero que medite en lo que Dios dice en su palabra: Amós 5: 4-6; 2° Corintios 5: 14-15; Romanos 14:7-9.
El real sentido de la vida no es que nosotros vivamos para una mujer, un hombre, los hijos, el trabajo, un deporte, o lo que fuera. De allí es de donde han venido las más grandes desilusiones del hombre. Hemos vivido y nos hemos desvivido por ellos y lo único que obtuvimos es pura decepción, aunque debemos reconocer que podemos hacer el esfuerzo para que junto a nuestros seres queridos podamos hacer algo recíprocamente, vivir para ellos en lo natural y ellos para nosotros también.
El verdadero sentido de la vida va mucho más allá de una casa, familia y/o amigos, es Cristo la vida plena (Juan 14:6).
Cuando vivo para Dios no mido la vida por lo que tengo. Ya no deseo lo que no tengo, sino que está en segundo lugar. Disfruto de la vida con lo poco que poseo, y de la libertad y la salud que tengo. Y si por cualquier cosa no logro ser feliz, jamás en la vida voy a permitirme a mí mismo que otros no puedan ser felices sólo porque yo no lo soy.
“Para ser Señor…” (Romanos 14:9b). Significa que Él quiere ser en nosotros la máxima autoridad a través de su vida en la nuestra. Recién cuando sintamos su vida en nosotros podemos decir que realmente tenemos vida en y por Jesús. ¿Permitiremos que esto ocurra? ¿Podemos dejar que aquel que murió y resucitó viva para siempre en nuestros corazones? Vivamos para Dios.
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