Lectura: Números 10:29; Efesios 4: 10-16
En el pasaje de hoy vemos que Moisés invitaba a un miembro de su familia a ir con él a la Tierra Prometida. “Ven con nosotros y te haremos bien”, le dijo. Todos necesitan oír esta invitación. ¿Alguien puede despreciar una tan grande? Muchos de nosotros estamos en la iglesia porque alguien nos invitó.
¿Quién hizo esta invitación? Los que se dirigían a una tierra mejor, los israelitas que habían sido liberados de la esclavitud en Egipto. Ellos iban a la tierra prometida así como nosotros nos dirigimos hacia el cielo (Jn. 14:1-3), pero la promesa era el bien de Dios aquí en la tierra.
Cuando nosotros nos hemos dado cuenta que nos ha hecho bien algo, y estamos seguros de hacia dónde vamos, es bueno que lo compartamos con otros. En el viaje hacia el cielo hay lugar para todos. Representa salir de lo natural, para entrar en lo sobrenatural, las bendiciones de Dios. La tierra prometida era un regalo de Dios.
“Dios ha dicho: yo os lo daré”. Esto significaba salir de la esclavitud y tener algo propio, dejar de ser inquilinos para ser propietarios. Era la futura posesión de antiguos esclavos, el lugar de libertad de aquellos que habían estado oprimidos. Dios quiere que sumemos a otros al cuerpo de Cristo.
El cielo es un don o regalo preparado para el pueblo de Dios que debemos comenzar a recibirlo y a vivirlo aquí en la tierra. “Voy pues a preparar lugar para vosotros” (Jn. 14:2), pero mientras tanto estamos aquí.
Los antiguos esclavos del pecado son ahora ciudadanos del cielo (Fil. 3:20). Debemos vivir con esa esperanza, “puestos los ojos en Jesús…” ¿Dónde está nuestra esperanza?
¿Quién era el destinatario de esta invitación? Era una persona que Moisés amaba: Hobab, príncipe madianita, quizás su cuñado. Su nombre significa “favorecido”. Era parte de su familia, Moisés quería que participara en las bendiciones que les esperaban. Tenía un plan para que él sirviera en el camino (vs. 31), vio cuán útil podía ser y también que le iba a bendecir.
La invitación fue hecha a alguien que sería beneficiado al aceptarla. Esa era la condición: aceptarla. Quizás hay quienes quieren recibir los beneficios sin pagar el precio.
“Ven con nosotros y te haremos bien”, era un deseo honesto. Dios se interesa en todo aquel con quien nos encontramos, todo el que acepta nuestra invitación de venir a Cristo recibirá bendición. Caminarán con nosotros hacia lo sobrenatural, pero transitando el camino primero aquí en la tierra. Compartirán las bendiciones con nosotros a lo largo del camino.
“Tú conoces el desierto, nosotros creemos en lo que nos espera al pasar el desierto […] ¿no será muy bueno si caminamos juntos?”
¿Qué era aquello que le invitaba a volver atrás? Evidentemente hasta allí lo había acompañado Moisés. Miremos la actitud de Hobab, fue contraria a la de Abraham: se volvía a su casa y su parentela, regresaba hacia atrás, extrañaba. ¿Por qué muchos regresan hacia atrás o se quedan en el camino? ¿Estaremos fallando nosotros?
No veía la perspectiva que le esperaba en el futuro, sólo veía delante de sus ojos naturales (1° Reyes 18:41-46, “vuelve siete veces”). No sabemos si aceptó la invitación, pero no dependemos de aquellos que se quedan en el camino para llegar a destino. El pueblo de Israel igual siguió su camino y llegó. La bendición de Dios está para todos aquellos que siguen adelante, que no se quedan en el camino ni vuelven atrás.
¿En qué momento se hizo la invitación? Si vemos los versículos anteriores, cada uno comenzaba a caminar de acuerdo a su tribu o familia. Todos los que estamos incluidos en la invitación debemos caminar para alcanzar el bien o el favor de Dios. Que la invitación se extienda a otros no quiere decir que yo me quede en el camino. El que acepta la invitación no reemplaza a quien la extendió, sino que suma.
Era un pueblo en marcha, la iglesia debe seguir caminando, no depende de los que se quedan en el camino. Pero sí debe incluirlos y animarlos para que sean parte del pueblo y de la familia de Cristo.
Debemos ser solidarios y hacer todo lo que esté de nuestra parte para hacerlos parte de la bendición de Dios, pero los que se quedan que no nos arrastren a nosotros. Quizás hay algunos que están lastimados y/o heridos por alguna actitud nuestra. Alguno podrá decir, “pero cómo le voy a hablar a tal persona con lo que es o hace”, nosotros no somos llamados a ser jueces de nadie, quizás con una palabra o una invitación de nuestra parte la persona cambia.
¿Quién garantiza esta invitación? “Porque Dios ha prometido el bien a Israel”. Moisés había recibido promesas de Dios para su pueblo, las recibió ante la zarza ardiente (Ex. 3-4). El futuro de Israel era tan seguro como las promesas divinas. El Señor garantiza nuestra salvación a una vida mejor, promete bendecir y salvar a todo el que vaya a Él (Heb. 7:25). Promete cuidar de ellos a lo largo de todo el camino (Jn. 5:13)
Extendamos esta invitación a todos los que encontremos, Dios quiere que incluyamos a las personas, y no que las excluyamos. Manifestemos que pueden ser útiles, cuando esta sociedad nos trata como “inútiles”.
Seguramente pasar el desierto es una tarea muy difícil, pero si nos acompañamos unos a otros, se hará más llevadera o menos pesada o difícil. Que todos sepan que Dios los ama y desea hacerles bien, pero también que nosotros les amamos y que deseamos que ellos estén integrados, ocupando su lugar de acuerdo a sus capacidades y quizás compartiendo las mismas que nosotros. “Así el cuerpo bien concertado y unido entre sí…” (Ef. 4:16).
Hobab fue “favorecido”, también nosotros. Todos aquellos que caminemos juntos, recibiremos el bien, o mejor dicho, las bendiciones de Dios. Que muchos más se integren, no me quita la parte que me corresponde a mí ni al otro.
En la presencia de Dios hay abundancia para todos.
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