Lectura: Mateo 27:35
A veces muchos de nosotros deseamos tener lo que otros lograron, vemos como algunas personas logran cierta fama y deseamos imitarlos. Vemos como otros han conseguido cosas materiales y queremos tener lo mismo. También están aquellos que observan como algunas personas, de la nada alcanzan imposibles y quieren estar en su lugar.
Probablemente muchos hoy queremos ponernos la ropa de otros por aquellos lugares que ocuparon y/o por las cosas que lograron. Pero lo que no estamos dispuestos a realizar es el sacrificio que hicieron aquellos, para lograr lo que alcanzaron.
En este día veremos la actitud de algunas personas ante la cruz. Los soldados, “juegan”, ante la cruz, “repartiendo entre sí sus vestidos”. Ellos miran hacia abajo, desentendiéndose de aquello que estaba realizando quien estaba arriba, en la cruz. Jesús mira también hacia abajo, desde arriba, derramando Su Sangre, pagando tu deuda, mi deuda, nuestra deuda.
No tuvieron en cuenta el costo. Cuando tenían a Jesús cerca, ellos estaban lejos, pudiendo haberle tocado con fe, lo ignoraron, pudieron haber confiado en Él, pero lo trataron despectivamente.
Conocían los acontecimientos, pero no se comprometieron. Siempre habrá quien reaccione de esta manera por el costo realizado por Jesús: están aquellos que saben del amor de Dios pero siguen perdidos, saben del precio que pagó Jesús en la cruz, pero continúan en sus “delitos y pecados, anduviste en otro tiempo”. (Ef. 2:1), conocen la Palabra de Dios, pero deciden más por sus deseos personales y/o ambiciones.
Ellos estaban preocupados por las cosas externas. Querían las ropas de Jesús pero no a Él, no querían su cruz. Se repartían su túnica pero no su dolor, se disputaban su manto pero no su rechazo. Querían sus sandalias, pero no seguir sus pasos. Quizás muchos querían Su Poder, pero no su lugar.
Muchos nos ocupamos de las cosas de Cristo, pero no de Él mismo. Nos ocupamos por tener una liturgia ordenada, pero no abrazamos al Redentor. Quizás somos formalistas a la hora de decidir, pero no realizamos las cosas como las haría Cristo. Entramos en un “activismo” que creemos que nos salva, pero no nos ocupamos del “Verbo”. Servimos, pero nos olvidamos del Salvador.
Aquellos hombres estaban cerca de la Verdad, pero no la descubrieron. Muchas veces estamos activos en la iglesia, pero no vivos en Cristo.
Trataron despectivamente por un interés personal y material la ropa de Cristo. Dios fue el primero que vistió al hombre. Vistió a Adán por el pecado. (Gn. 3:21), pero el segundo Adán, Cristo, fue desvestido por hombres pecadores.
Sin Cristo, nuestra ropa está descuidada (Is. 64:6). A los que creemos en Jesús se les provee todo el vestuario completo (Is. 61:10; Ef. 6:10): vestuario de Salvación, un manto de justicia. Que bueno que cuando vayamos a nuestro ropero o placard (“Su Palabra”), podamos decir: “Tengo todo para ponerme, Estoy completo en Él”.
Mientras ellos miraban para abajo repartiéndose sus ropas, Él también desde la cruz miraba para abajo derramando su sangre sobre todos ellos y nosotros, perdonando nuestros pecados. “Él que descendió, es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo”. Él no se conformó con derramar su sangre, sino que desea que esa sangre derramada esté presente en nuestros corazones para siempre.
No juguemos con las cosas de Dios. Sin Jesús no podemos ganar la Salvación, pero confiando en Él no podemos perder.
Que bueno cuando estrenamos alguna ropa nueva (Lc. 15:22-24; “el hijo prodigo”). Parecemos más lindos, más jóvenes y hasta más flacos.
Cuando aquellos soldados se estaban repartiendo sus vestidos, Jesús los estaba bañando con Su Sangre, derramando sobre ellos ropas de Amor, de Salvación, ropas de misericordia. Jesús estaba cubriendo todas sus áreas posibles para que no se sientan desprotegidos. Ese mismo Cristo nos cubre a cada uno de nosotros y desea que nos sintamos “bajo la sombra del omnipotente” (Sal 91:1). No debemos sólo tener una parte de su ropa, sino estar completos en Él. Colosenses 3:12-17
PONGAMONOS SU ROPA COMPLETA
“Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:54)
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