Lectura: Apocalipsis 3:7-13
En muchos casos todos, o por lo menos gran parte de la sociedad, se esfuerza por alcanzar algo que mejore su calidad de vida. Algunos tratan de lograrlo a través del trabajo, una profesión, un estudio que les pueda abrir las puertas para aquello que deseen llegar a ser. Pero por mucho o poco que recibimos, el resultado lo vemos en cómo administramos lo que tenemos.
Jesucristo hablándole a la iglesia de Filadelfia le dice “retén lo que tienes”. En algún sentido está valorando la posesión que tenía, era importante lo que había logrado y no se daba cuenta. ¿Qué es lo que reconoce Jesús que tenemos?
Jesús reconoce que “tenemos obras”, es decir que sabe el trabajo que estamos realizando. (v. 8 a). A veces no tomamos en serio lo que hacemos, otras veces miramos más lo que hacen los otros o no ponemos ganas en realizar nuestra tarea lo mejor posible. Pero “tus obras” deben ser una continuidad de tareas realizadas, no creamos que por hacer algo en particular ya nos ganamos el cielo.
También “Tenemos una puerta abierta” (v. 8 b), hay una puerta que nos permite ingresar a la iglesia, pero también nos permite salir de ella para que evangelicemos, para que contemos a los demás nuestro testimonio.
Jesús nos observa y reconoce que “tenemos poca fuerza” (v. 8 c), no somos superdotados. En la intensidad de la vida quedamos débiles, agotados, necesitamos que Él nos ayude a seguir, que nos dé fuerzas.
Pero a pesar de todo, en la mirada de Jesús, dentro de aquello que tenemos y debemos retener es haber “guardado Su Palabra” (v.8 d). Su palabra nos infunde valor y es aquello que va a despejarnos de toda oscuridad.
Es importante también tener la valentía de declararnos hijos de Dios. “No has negado su nombre” (v. 8 e). A pesar de la presión no debemos callar, su nombre es sobre todo. Debemos manifestar nuestra fe en Él con palabras y evidencias.
Tenemos lo más valioso que es el amor de Cristo, “reconozcan que yo te he amado” (v. 9 – final). Por su gran amor estamos presentes y vigentes, ese amor de Cristo es testimonio al mundo. Son muchos los que observan el amor de Dios en nosotros, en algunos casos los que menos nos damos cuenta somos nosotros.
El amor de Cristo nos provee protección a la hora de las dificultades, “yo te guardaré a la hora de la prueba” (v. 10). A veces pensamos que nunca vamos a pasar por dificultades, pero sabemos que para cuando llegue ese momento Él estará presente. Es una promesa que nos hizo.
Debemos retener aquello que a Dios le agrada de nosotros y no lo que nos parece. Quizás debamos dejar cosas que no están dentro de lo que Dios quiere y que ocupan lugar para con aquello que a Dios le gusta. Fundamentalmente porque la finalidad es alcanzar el premio, “que nadie tome tu corona”. Pablo decía que Dios la tenía preparada no sólo para él, “sino para todos aquellos que aman su venida” (2º Timoteo 4:8)
Quizás haya cosas que nos quieren hacer perder la corona. Ese balance debemos hacerlo nosotros y reflejará nuestros errores, mostrará dónde estamos equivocados, qué debemos corregir. Seguramente será bastante, cada uno sabrá donde está su falla. Jesucristo nos da la esperanza de que todos podemos alcanzar el premio y no será una copia, será un modelo exclusivo para cada uno, a medida y como resultado del esfuerzo realizado.
Retén lo que tienes para que ninguno tome tu corona.
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