Lectura: Salmo 20:1-5; Hechos 16:9; Isaías 41: 10, 13
En estos tiempos vemos como nuestra sociedad no sólo es individualista, sino que además se cree que puede arreglarse sola, sin la ayuda de terceros.
Para algunos el pedir ayuda es símbolo de debilidad, ¡cómo vamos a demostrar que no podemos resolver nuestros problemas! A veces ni siquiera queremos hacer notar que tenemos problemas.
La ayuda que podamos recibir no significa que nos van a hacer todo lo que necesitamos, sino por el contrario, como dice la palabra “nos van a ayudar” a que podamos alcanzar lo que necesitamos, pero nosotros debemos hacer nuestra parte. Un ayudador es aquel que coopera o extiende su mano para que podamos lograr nuestro cometido.
Es muy posible que muchos de nosotros estemos pasando por un tipo de actitud de autosuficiencia, que sin darnos cuenta nos hayamos convertido en víctimas de ese grave mal que es amonestado una y otra vez en la Biblia. Se describe a la autosuficiencia “como la actitud de no necesitar de otros, (aunque en verdad sí los necesite)”.
¿De dónde proviene ese mal? ¿Quiénes son las personas que lo sufren? ¿Cuáles son las reacciones de ellos? ¿En qué se origina? ¿Podemos obtener ayuda en la Biblia para evitar ser así? La respuesta es SÍ.
¿Quién es el autosuficiente? El que cree que lo sabe todo. Es aquel que se considera con cierto grado de superioridad con relación a los demás. Se cree suficiente para no necesitar ayuda. Considera que los otros no pueden hacer las cosas como él. En su casa lo engañaron haciéndole creer y sentir que era el niño más dotado de su escuela o de su barrio, promoviendo así en él el comportamiento soberbio. Es aquel que menosprecia y no da valor al aporte de quienes le rodean. Este tipo de personas terminan quedándose solas. Es egocéntrico, su persona está en el centro de todo cuanto hace. Pero se equivoca, porque algún día necesitará ayuda.
La Biblia nos da una alternativa mayor: Empezaré a tomar en cuenta a los demás en mi vida (Rom. 12:3). Esto nos invita a renunciar a toda forma de orgullo absurdo, reconocer que la ayuda que necesitamos no nos hace débiles, al contrario, seremos más fuertes que nunca. (Eclesiastés 4:9-12).
Empezaré a admitir mis propios errores frente a los demás. El hacer público nuestro deseo de reconocer las faltas, nos inicia en la “Etapa de la humildad”. No tendré miedo en decir “discúlpeme”, “perdóneme”, “fui yo el que se equivocó”.
Le pediré a alguien que me diga cuándo he fallado (Salmo 146:5). Les pediré que me ayuden y que me muestren los errores cometidos. Viviré con ellos en agradecimiento porque me mostrarán que en realidad me equivoqué.
En mi ministerio es necesario que otros me ayuden (Rom. 16:1-2). Ningún ministerio ha sido realizado sólo con un pastor, la iglesia ha sido construida a base de hermanas y hermanos que se ayudaron mutuamente.
Reconoceré siempre que la mayor ayuda que puedo recibir es de parte de Dios (Sal. 146:5; 54:4). Debo comprender que no hay nadie mejor que Dios para ayudarme. Sabré esperar la ayuda que Él tiene para mí.
También reconoceré que Dios envía sus ángeles a que me ayuden. Estos pueden ser personas: hermanos de la iglesia, familiares, amigos, un desconocido o poco conocido. (Sal. 40:2).Alguna vez hemos dicho, o nos han dicho “te mandó Dios”.
Dios está dispuesto a “enviar ayuda”. Cuando la reconocemos debemos aceptarla, no somos omnipotentes, no creamos que nos podemos arreglar solos. Su ayuda viene de su misma presencia. Es algo elaborado y justo lo que necesitamos, llega desde “su santuario”. ¡Qué bueno que lo podamos comprender, aceptar y recibir! Su misma presencia avala resultados positivos. “Desde Sion te sostendrá”.
La persona que usted menos se imagine, necesita ayuda y Dios nos ha puesto para brindársela. Cuando alguien quiera ayudarlo, no lo rechace porque algún día lo va a necesitar.
Si vemos la buena disposición de alguien a favor nuestro ¿la vamos a despreciar? Esa es la mejor disposición de parte de Dios y El está con su mano extendida. ¿Necesitamos ayuda? ¿En qué área? Él está pronto a enviar su ayuda desde el santuario y su ayuda está dispuesta a ser enviada en todo lo que le pidamos: necesidades del cuerpo, del alma o del espíritu como también en las que son de tipo personal. Aún cuando pedimos por otros, “el es nuestro ayudador”. Debemos solicitar su ayuda y vendrá (Hebreos 13:6).
“Señor, hoy necesito tu ayuda”.
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