Lectura: Juan 19: 38-42
Son escasos los personajes bíblicos que se mencionan, reconocen y describen en los cuatro evangelios, y uno de ellos es José de Arimatea. Los escritores se detienen a mencionarlo en unos cuantos versículos para resaltar las cualidades de este maravilloso hombre con una influencia que ninguno de los evangelistas quiso dejar de mencionar. Destacado oriundo de la ciudad llamada Arimatea –ciudad de los judíos-, José era un hombre muy ocupado.
En muchos casos nuestros compromisos están antes que aquello que podemos desarrollar como actividad para Jesús, pero es importante que sea al revés. Esto no quiere decir que debemos dejar todo de lado y que no podemos hacer aquello que deseamos como carrera, profesión o gustos que nos desearíamos dar, al contrario, es necesario un correcto equilibrio y un sano orden de prioridades.
En José de Arimatea vemos a una persona que no sólo tuvo en cuenta a Jesús, sino que fue tenido en cuenta por Jesús.
Observemos cómo se lo describe en los diferentes evangelios. Mateo lo resalta como un hombre rico (Mateo 27:57), pero su riqueza no lo mantuvo lejos de Jesús, no le fue estorbo para servir a Cristo. No por ser rico llegó a pensar que nunca necesitaría de Él. Era una persona irreprochable, no había nada que cuestionarle. Sobre todo, se atrevió a invertir en el lugar en que creía que Jesús debía descansar.
Marcos lo ve como un miembro noble del Concilio de Jerusalén (Marcos 15: 42-43). Sus compromisos sociales no fueron un obstáculo para servirle, era una persona muy ocupada para con el prójimo. También era influyente ante las autoridades. Sus “multiocupaciones” no lo hicieron indiferente para buscar a Jesús.
Evidentemente era una persona preparada para estar en el Concilio, lugar donde tenían que ponerse de acuerdo en diferentes temas de la comunidad, “conciliar”. Su opinión tenía un peso importante. Ese lugar no lo ocupaba sólo una persona adinerada, sino aquella que tenía capacidad intelectual y equilibrio para resolver temas relevantes.
Era digno representante de su comunidad y conciliador. Hoy necesitamos que haya personas que ayuden a ponerse de acuerdo en nuestra sociedad, en la familia y en la iglesia. Basta ya de marcar las diferencias que nos alejan los unos de los otros, desarrollemos las virtudes que nos acercan cada día más. Algunos todavía dicen, “no sé de qué se trata pero estoy en contra”. No hagamos lo mismo, seamos conciliadores.
Por su parte, Lucas describe a José como un varón bueno y justo (Lucas 23:50). Nunca se auto-engañó pensando que al ser bueno no necesitaba de Cristo, ni dijo “yo de esto no hablo”. Era un hombre irreprensible en el trato con sus semejantes, nadie podía criticar sus actos o sus dichos. La gente de su pueblo lo tenía en alta estima y respeto.
Juan lo ve como un discípulo de Jesús (Juan 19:38). Decidió no mantener más en secreto su relación con Cristo (por un tiempo nadie supo de su fe). No se avergonzó de ser un creyente más e hizo algo espectacular, pidió el cuerpo de Jesús. Colocó a Cristo en su propia tumba, una nueva en la que nadie había sido colocado antes. Es más, esa tumba la había comprado para él, pero Jesús ocupó su lugar. José compró una sábana y envolvió el cuerpo. Todo lo que le dio fue nuevo. Debemos entregarle nuestro corazón a Cristo y él lo hará completamente nuevo.
Podemos tener algunas de las cualidades de José de Arimatea, o quizás todas, pero más que aquellas cualidades importantes tenemos que tener la pasión por Cristo que Él se merece. No sólo sentirnos identificados con Él, sino que Él se sienta identificado con nosotros. Que sea evidente nuestra fe no sólo en la iglesia, sino también para con los de afuera.
Recordemos que Él ocupó nuestro lugar, no sólo en la tumba sino que primero lo hizo en la cruz.
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