Lectura: Éxodo 2, 3 y 12
En la lectura de hoy vemos que Dios
levanta un pueblo que lo conocía, que lo amaba, que lo adoraba, pero que un día
cayó en cautiverio y fue a parar a Egipto, donde vivió oprobio y esclavitud. Al
principio, ir a esa tierra fue una bendición, pero si estudiamos toda la
historia vemos que hay una palabra clave: Decisión. El pueblo de Dios fue a
Egipto porque pasaba hambre y Dios había levantado a un hombre, José, que era
de la familia de la descendencia de Abraham, su amigo. Pero mucho tiempo
después, murió el Faraón que gobernaba, murió José, y se levantó un Faraón que
no conocía ni tenía a Dios. Éste sólo tenía un objetivo: opresión.
En ese contexto había un pueblo
que estaba sometido, que no era reconocido ni tenían derechos (Ex. 2:23-25),
pero ellos creían en un Dios que los podía liberar. Cuando llegaron el
cautiverio y la opresión de tal manera que no tuvieron más argumentos, el pueblo
comenzó a clamar y a gemir. Cuando se
acaban los recursos vamos directo a Dios, pero qué importante sería que lo
hiciéramos antes de que llegue la opresión.
Escuchá el mensaje completo
En Éxodo 3 Dios reconoce el clamor de su pueblo, ve la opresión y no se le
escapa nada. Es allí cuando prepara a Moisés para que libere al pueblo. En el
capítulo 2, Dios había determinado libertad,
pero el corazón de Faraón se había endurecido tanto que Dios puso un “ultimátum”.
Le dio nueve oportunidades al Faraón para que libere al pueblo, pero a la
décima dijo “basta”.
En ese momento todos estaban
unidos como debemos estarlo hoy nosotros. La pascua se celebraba en familia, y
es para estar juntos, para recordar, para que los padres le expliquen a sus
hijos qué es la Pascua. En ese momento había que matar un cordero, con
instrucciones precisas de cómo prepararlo, y pintar el dintel de las casas con
su sangre (Éxodo 12:11). La sangre era una
señal para que la muerte pasara de largo.
Que la sangre de Cristo tenga
poder no significa que estemos exentos de los problemas, de las tormentas, pero sepamos siempre que esa sangre tiene
poder. Cuando compartimos la santa cena lo estamos haciendo en memoria de Cristo
y en memoria de lo que hizo el pueblo de Dios.
Antes de irse de Egipto, los hebreos
despojaron a los egipcios de lo que tenían tal como ellos lo habían hecho
cuando los esclavizaron. Esto es una muestra de que Dios restaura, restituye.
En Lucas 22:7-8 Jesús envía a
Pedro y a Juan a que preparen la Pascua, y allí es donde nace la Santa Cena. En
ella recordamos lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz. Cuando llegó la hora
secta, salieron de la casa y fueron al monte de los Olivos (22:39-46).
Jesús es el Cordero pascual, es el que tiene la autoridad de traer
las buenas nuevas de salvación. Cuando recordamos la Pascua de Israel en Egipto,
tenemos que recordar lo que hizo Jesús en la cruz del calvario. Él es quien
redime, el que salva, el que nos da libertad, el que nos restaura. Jesús es nuestra Pascua.
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